La felicidad ha sido desde siempre el mayor anhelo del ser humano. No obstante, su imprecisa definición, así como las dificultades para alcanzarla, la han convertido en un estupendo cebo para aquellos que pretenden mercadear con ella de algún modo.
Cientos de terapias y técnicas emergen en nuestros días como supuestos accesos a la vida feliz, actuando como placebos con los que intentar aplacar la inquietud existencial inherente a la naturaleza humana.
Sin embargo, si de verdad queremos lograr una vida feliz, debemos huir de ideas preconcebidas sobre las interpretaciones que se han hecho de la misma y comprender de qué manera esta se enraíza en nuestra propia vida. La felicidad es un camino personal, un constante quehacer que se prolonga a lo largo de toda nuestra trayectoria vital, imposible de recorrer por atajos. Se trata, por tanto, de una tarea existencial que pocos asumen tan bien como el melancólico.
Su naturaleza insatisfecha lo sitúa en constante crisis con el mundo que lo rodea, llevándolo a cuestionarse, de forma reiterada, las estructuras establecidas. La salida de este proceso concluye con la creación de un nuevo mundo que dota de un nuevo sentido a su vida.
Pues bien, con el fin de poner de manifiesto los beneficios que la melancolía puede proporcionarnos, en El resurgir de la razón melancólica realizamos un estudio sobre la idea de la melancolía y sus numerosas lecturas, desde la consideración que recibe como una enfermedad, caracterizada por un estado de tristeza y temor prolongados, hasta la actitud existencial que, a diferencia de la otra concepción, lejos de empeorar el estado natural del hombre, lo mejora, dándole un verdadero significado a su existencia.
Esta otra concepción de la melancolía, que calificaremos como positiva, es la que pretendemos rescatar en nuestra exposición, conscientes de su importancia para transitar el camino hacia la felicidad.
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