«Por las estrechas calles de Villanova —asomando entre las casas el Solano— la imagen de la iglesia de Santa María se nos acerca; sus muros de pobre mampostería, que estuvo encalada, y el cementerio con fechas de la guerra se adelantan a la torre, sencilla, con su primer cuerpo interrumpido y sobreelevada con el tiempo. Bajo un breve porche se entra al interior, modificado y alargado. Los arcos fajones más tardíos, deformados y mutilados, son, con las dos capillas añadidas, el único relieve del espacio, hoy oscuro y pobre.
Al salir, la vista se te irá hacia San Pedro, en la cresta de las ramas, prendida por la luz. Antes de marchar, hay que entrar por la Colonia al patio y ver allí la mejor estampa de Santa María, de su cabecera lombarda, que guarda en sus arquillos ya debilísimos restos de pintura de almagre lombarda, la capilla añadida, su espinazo doblado y el gesto gastado por el aire de puerto que la enfrenta».